Un cigarro en una noche de fiesta, nuestro primer chupito de vodka negro con licor de mora, decidir, una tarde de aburrimiento, ceder a las presiones sociales y subir una foto a Instagram, o harta de no encontrar un chico decente, hacerte una cuenta en Tinder para decidir desde el sofá, quién será nuestra próxima pareja, con contenido o no, sentimental. A todos nos ha pasado en algún momento de nuestra vida que acciones que se hacen de una forma accidental terminan siendo parte de nuestra rutinaria vida, absorbiendo y consumiendo cada día mas horas de un tiempo que queramos o no admitir, es limitado. A veces nos damos cuenta de ese consumo y conseguimos pararlas, otras a pesar de incluso alterar nuestra salud física de formas evidentes, esas conductas nos consumen a nosotros mismos.
Es, en este último caso, cuando debemos ser conscientes de nuestra incipiente, o muy establecida, adicción. En términos científicos se considera adicción cuando una conducta o comportamiento afecta en el correcto desempeño de nuestra vida diaria y/o crea un malestar psicológico o fisiológico. Es decir, consideraremos que una conducta se ha convertido en una adicción cuando, a pesar de reportar mayores perjuicios que beneficios, seguimos realizando dicho comportamiento generándonos malestar psicológico como ansiedad y/o estrés (entre otros) si tratamos de paralizarla de algún modo. Por ejemplo, toda persona que fuma conoce los efectos nocivos del tabaco, pero a pesar de ello continúa con dicho hábito y si trata de dejar de fumar, experimenta los primeros días ansiedad o estrés como consecuencia de la ausencia de la conducta.
¿A qué se debe esto? ¿Tiene una causa biológica? ¿Es dependencia psicológica u orgánica? La adicción se debe a la activación de un circuito, denominado circuito de recompensa, que actúa a nivel encefálico. Este circuito cumple la función de reforzarnos positivamente a nivel biológico una vez que cumplimos con funciones básicas de supervivencia como comer, beber agua, o tener sexo.
¿A qué nos referimos con refuerzo positivo biológico? Al hablar de refuerzo positivo se indica que se está dando algo que satisface a la persona tras la realización de una determinada conducta. Por ejemplo, si sacamos un 10 y nuestros padres nos felicitan, nos están dando un refuerzo positivo de carácter social, es decir, esa sonrisa es la muestra de que nuestros padres están orgullosos de nosotros y nos sentimos felices, satisfechos, autorrealizados y orgullosos de nosotros mismos. Ese refuerzo positivo va a facilitar que en sucesivos exámenes nos esforcemos por sacar esa misma nota con la finalidad de volver a sentirnos igual de bien. De la misma forma nuestro cerebro tras realizar una de las conductas básicas de supervivencia descritas, libera un neurotransmisor (un mensajero químico a nivel cerebral) que se llama dopamina. La dopamina tiene muchas funciones, una de las cuales es activar el sistema límbico, encargado de las emociones, para hacernos sentir felices. Es decir, recapitulando, cuando bebemos agua, comemos o tenemos sexo, nuestro cerebro libera dopamina y ésta viaja hasta el sistema límbico y lo activa haciendo que nos sintamos felices, por lo tanto, nos ha otorgado un refuerzo positivo biológico. Con ello nuestro cerebro tiene la finalidad de que continuemos realizando dichas acciones que son intrínsecamente necesarias para mantener nuestra supervivencia tanto individual (comer o beber) como colectiva (reproducirnos).
Sin embargo, este mismo sistema de recompensa es activado cuando realizamos otro tipo de conductas, tales como el consumo de sustancias adictivas, utilizar redes sociales o ir de compras. Ante acciones que suponen pequeños esfuerzos nos reporta esa felicidad química que nos hace repetir dicha conducta. Añadido a todo esto se encuentran otros factores que van a precipitar que la repetición de la conducta sea tan compulsiva que llegue a ser adictiva. Nadie se vuelve adicto a estudiar por mucho que saquemos buenas notas en un momento dado, entonces ¿qué hace que jugar al candy crash, subir una foto a Instagram o comprar en Primark se convierta en una adicción? La respuesta es sencilla, al par que un poco triste en condición de naturaleza humana: el poco esfuerzo cognitivo que suponen todas esas acciones. Estudiar para sacar buenas notas, o incluso un simple aprobado en la asignatura que más nos cuesta, supone un gran esfuerzo social, tal y como renunciar a salir con los amigos, ir un fin de semana de excursión o jugar a la consola para poder dedicar tiempo a aprender nuevos conceptos, lo cual es además, un esfuerzo cognitivo añadido (entender la información, procesarla, almacenarla y relacionarla con conceptos previos similares o incluso romper esquemas cognitivos previos que eran falsas creencias). En su lugar, salir a comprar, subir una foto y esperar el like, o ir rompiendo cadenas de golosinas, es algo simple, sencillo que puedo hacer sin realizar ningún procesamiento cognitivo, o incluso sin realizar esfuerzo físico alguno, desde el propio sofá de mi casa. Dicho en otras palabras, nos están premiando por no hacer nada.
Ahora es mas fácil entender el origen de la adicción. Digamos que antes de comenzar esas acciones requeríamos de actividades que implicaban grandes esfuerzos por conseguir ese refuerzo, ahora, a cambio de la tercera parte de esfuerzo, nuestro cerebro nos está reportando la misma recompensa (de ahí su nombre, circuito de recompensa). Además, hay que añadir otro factor a todo esto, la inmediatez. Mientras que antes teníamos que esperar días para recibir la recompensa, ahora esta llega en cuestión de segundos. ¿A quién no le va a gustar poder sentirse feliz, activando el circuito de recompensa, cada minuto? Pero, como dicen los grandes sabios, no hay atajo sin trabajo. La parte negativa de todo esto son las consecuencias que se derivan.
Esa activación constante de dopamina conlleva unas consecuencias. Para empezar, se comprende la pérdida de motivación por otras tareas. Es decir, entre vestirme, ir a un bar, acercarme a una chica, buscar un tema de conversación lo suficientemente interesante para conseguir su número de teléfono y poder lograr volver a quedar con ella, es mucho mas simple e igual de gratificante (a nivel cerebral) hacerme una cuenta en Tinder e ir moviendo mi pulgar a derecha o izquierda hasta lograr que algunas de esas personas que he marcado como posibles parejas me den a mi la misma oportunidad. Comenzamos así con una pérdida de motivación por hacer tareas que conllevan un mayor esfuerzo.
Asimismo, debemos comprender lo que implica el fenómeno de habituación (muy importante a nivel educativo). La habituación es algo que experimentamos a diario: cuando te tomas tu primera taza de café, este hace que te despiertes, pero cuando desayunar café se vuelve algo rutinario, necesitarás del doble de cafeína para lograr el efecto que antes conseguías con una sola taza. Esto mismo ocurre con los refuerzos originados por el circuito de recompensa. De tal forma, si antes con un like éramos felices, ahora requeriremos del triple, cuádruple, quíntuple, etc. para lograr ese mismo efecto. Así, algo que antes nos suponían 5 minutos de nuestras 24 horas diarias, ahora nos consume horas modificando y subiendo fotos para lograr cada vez más likes.
Y así es como nuestro cerebro, con un circuito diseñado para nuestra propia supervivencia, nos ha conducido a un estado de falta de motivación y adicción que altera nuestra vida cotidiana. Una adicción que consume parte de un tiempo que es limitado, lo cual se interpone en la consecución de otros objetivos en la vida, conduciendo con ello a la frustración, desesperación y finalmente depresión.
Cabe añadir que este circuito de recompensa se encuentra situado en la parte prefontal de nuestro encéfalo, es decir, la parte del cerebro situada en nuestra frente. Esta área, que termina de ser madura, y por lo tanto, correctamente efectiva a los 21 años en mujeres y 25 aproximadamente en los hombres, es la encargada además de las funciones ejecutivas, es decir, proactividad, capacidad de decisión, inhibición de conductas, organización y planificación, memoria de trabajo, etc. De tal forma, cuando el circuito de recompensa se activa, actúa sobre el prefrontal facilitando que esta área, la cual es la que en última instancia decide cuál de nuestras acciones vamos a llevar a cabo y cuál va a quedar inhibida, de su permiso irrevocable de que realicemos dicha conducta.
Por decirlo de algún modo más simple, terminamos siendo dueños de nuestra propia adicción, la cual, en términos mundanos, soborna a nuestro control ejecutivo, el prefrontal, para que terminemos haciendo aquello que nos reporta con poco esfuerzo y en un tiempo prácticamente inmediato, una recompensa.
De tal forma, muchos estudios con neuroimagen han mostrado cómo el prefrontal de los cerebros adictos se encuentra alterado de tal modo que se reduce su activación de una forma alarmantemente significativa en comparativa con un cerebro normal. Y ahora, volvemos a la pregunta ¿la adicción es orgánica o psicológica? Podemos decir, como la gran mayoría de investigaciones que se hacen esta misma cuestión, que al final formamos parte de un todo donde todas la variables influyen, y sin bien inicialmente la dependencia es de una naturaleza principalmente psicológica, termina alterando de tal forma a nuestro cerebro plástico y adaptativo, que su dependencia biológica tampoco puede negarse.
En última instancia, hacer una breve alusión a la adolescencia. Como se ha dicho previamente, el prefrontal, esa área cerebral situada a la altura de nuestra frente, y que controla nuestras acciones siendo así nuestro principal inhibidor conductual, y por tanto el que controla la impulsividad, termina de madurar entre los 21-25 años dependiendo del sexo. Dicho esto, se comprende que los adolescentes sean mas impulsivos puesto que no son capaces de frenar correctamente muchos de sus instintos (para saber mas leer el artículo “adolescencia e impulsividad”). De tal forma, se comprende que sin la correcta maduración de un área que permite advertir las consecuencias de los actos y de tal forma evitar conductas erróneas o incluso disruptivas, sea más fácil comenzar una conducta que corre el riesgo de convertirse en adictiva. Diciendo más, un adolescente, que por naturaleza siente la necesidad de buscar emociones constantes, es más proclive a dejarse llevar por esa vorágine de dopamina liberada por acciones simples y fáciles, sin esfuerzo cognitivo, haciéndole sentir constantemente recompensado. Conviene advertir, que una adicción en la adolescencia conlleva posteriores consecuencias que se describirán de forma mas pormenorizada en sucesivos artículos.
Para acabar con un tono de positividad, no olvidemos la capacidad plástica del cerebro. Esa misma habilidad inigualable que va a dar lugar a que nuestro prefrontal se deje sobornar y termine por minimizar su actuación ante la dopamina, también va a permitir que, una vez que consigamos mostrar fuerza de voluntad y una última apuesta por tareas que suponen un mayor esfuerzo social, cognitivo o físico, (pero sin reportarnos consecuencias), nuestro cerebro vuelva a un estado sino natural, sí lo mas cercano posible a ello.