Sin duda alguna, la etapa mas marcada por el famoso “actuar sin pensar” es la adolescencia. Todos hemos pasado, o pasaremos, por ese “Carpe Diem” (vive el momento) sin pensar en las consecuencias de nuestras acciones y ansiando más que nunca esa búsqueda de libertad, de quebrantamiento de normas y de lucha contra la autoridad. Pero, ¿a que se debe esa impulsividad?
La impulsividad que predomina principalmente durante esta etapa del desarrollo esta íntimamente relacionada con el desarrollo y maduración cerebral. Como se ha visto en otros artículos, debido a la acción de las hormonas, comenzamos la pubertad. Pero la acción de las hormonas no solo trae consigo la aparición de vello púbico, facial y desarrollo de nuestra sexualidad, sino que también viene acompañada de una cascada de procesos dentro de nuestro encéfalo que van a dar lugar a la culminación de su maduración.
Estos cambios denominados neuromadurativos (maduración neuronal) se extienden desde la adolescencia hasta el inicio de la etapa adulta y se producen en aquellas áreas cerebrales de aparición mas tardía en la filogénesis (es decir, los últimos cambios evolutivos a nivel cerebral que le sucedieron a nuestra especie, el Homo Sapiens).
Como bien es sabido, comenzamos siendo homínidos que a lo largo de cientos de miles de años terminan andando erguidos y con una gran cantidad de habilidades cognitivas que nos diferencian del resto de los animales. Esas habilidades cognitivas, tales como el lenguaje, se deben a cambios sucesivos que se van produciendo en el cerebro, haciendo que este sea cada vez mas sofisticado. Así, sobre un cerebro denominado reptiliano o primitivo se van añadiendo capas y estructuras cerebrales que le permiten ir desarrollando nuevas habilidades. La última capa desarrollada junto a este conjunto de cambios evolutivos es el neocórtex y es, justamente esta capa, la última que termina de madurar al inicio de nuestra etapa adulta. Así, mientras que la gran mayoría de nuestro encéfalo culmina su desarrollo madurativo en los primeros años de vida, durante la infancia, el neocórtex postergará su desarrollo desde la adolescencia hasta el final de nuestra juventud.
¿Esto que tiene que ver con la impulsividad? Resulta que justamente una de las cosas que nos diferencia del resto de los animales es nuestro dominio de nosotros mismos, nuestro auto control, la capacidad que tenemos para controlar nuestras emociones, nuestra ira, nuestra felicidad, sabiendo modularlas a los diferentes contextos en los que nos encontramos. Esa capacidad de auto control, que no es sino control de la impulsividad, se encuentra determinada por una de las áreas situadas en el neocórtex, el prefrontal. Por lo tanto, durante la adolescencia, en plena búsqueda de emociones y de nuestra propia identidad, esa maquinaria que nos permite “parar” no se haya todavía madura por lo que no es capaz de frenar nuestros instintos.
Cuando vemos a un adolescente gritando, llorando o riendo sin control, o incluso realizando conductas de riesgo sin comprender las consecuencias derivadas de sus actos, debemos recordar que ese botón de “stop” aún no esta correctamente instalado con lo que habrá muchos momentos donde actúe y después reflexione sobre los hechos.
Como se comprenderá, esa impulsividad nos conducirá a una vorágine de problemas si no sabemos lidiar correctamente con ella. Es decir, no solo facilitará que vivamos momentos vergonzosos por hablar cuando no era debido, sino que también promoverá conductas de riesgo y/o conductas adictivas.
Y aquí es cuando entramos en una problemática mayor que dará lugar a un ciclo denominado comúnmente como “el pez que se muerde la cola”. Como señalan multitud de estudios, el inicio temprano en consumo de sustancias adictivas impide la correcta maduración del lóbulo prefrontal. De tal forma, el consumo de alcohol, en el famoso formato de “botellón”, o lo que es lo mismo, consumir grandes cantidades de alcohol los fines de semana, conlleva a una interrupción de la maduración del córtex prefrontal. Obviamente, esta falta de madurez va a dar lugar a que nuestro sistema siga sin anticipar las consecuencias de nuestros actos, involucrándonos más y en mayor medida en otras conductas de riesgo. Como se ha dicho al inicio de este párrafo, entramos en un ciclo del cual es difícil salir porque no tenemos los mecanismos cognitivos suficientes para poder hacerlo. Salve decir, que nuestro cerebro, como maquinaria perfectamente diseñada, es plástico, o sea, que es capaz de resurgir de sus cenizas, y aunque sea tarde mal y pronto, con una correcta educación y una buena estimulación ambiental, a pesar de haber sido parte de esos consumidores de alcohol de fines de semana (no vamos a entrar en otro tipo de sustancias adictivas cuyas consecuencias son más difíciles de salvaguardar), es capaz de terminar esa maduración aunque igual no de la forma tan eficiente como él mismo en un principio esperaba.
Añadido a todo esto, y con la finalidad de intentar ayudar(nos) a superar la etapa adolescente comprendiendo gran parte de los errores a los que nos deriva, cabe señalar que ésta área, el prefrontal, no solo se encarga de “parar” las rotativas cuando sabe que será un gran error seguir hacia adelante. También se encarga de lo que dentro de psicología o neurociencia se denominan “funciones ejecutivas”. ¿Y a que nos referimos cuando hacemos uso de tamaño adjetivo? Las funciones ejecutivas son las que nos permiten, propiamente dicho, ejecutar correctamente nuestras acciones. De tal forma, dará el último consentimiento a nuestras acciones, pero además permitirá que prestemos la atención requerida para comprender cada situación, participa en la memoria de trabajo reteniendo durante un corto periodo de tiempo parte de la información que estamos recibiendo, inhibición, proactividad y planificación y organización para poder realizar un análisis de cómo debemos actuar y cuándo debemos hacerlo. De tal forma, pensemos en una simple conversación: para poder responder de forma adecuada debemos prestar atención a lo que nuestro interlocutor nos está diciendo, debemos retener la información que nos está transmitiendo para poder procesarla y emitir una respuesta que responda de forma adecuada a la temática, debemos pensar cómo vamos a responder y cuándo vamos a hacerlo, debemos inhibir determinadas respuestas o emociones que no sean correctas transmitir o no sea producente para nuestros fines, en lo cual interviene la anticipación de consecuencias. Ahora, si pensamos en una persona menor en plena adolescencia, observaremos que muchas veces no responden a lo que se les pregunta, el tono no es el adecuado e incluso va en contra de sus propios fines. Ante esto, tengamos paciencia y reforcemos aquellas respuestas que sí son adecuadas con la finalidad de ayudar a la correcta maduración de ese prefrontal del que tanto tendrá que hacer uso en sucesivos eventos cotidianos.